jueves, 19 de junio de 2008

Hodder con el primer amor

Extracto de su biografía “Hodder con la vida”

Con tan solo 13 primaveras, Leo encontró a su alma gemela. Pero para poder equipararlas, tendrían que pasar todavía algunos años más. Porque Leo no atesoraba todavía tanta mala leche en su interior. Quizá si se hubiesen conocido en otra época, las cosas habrían sido distintas… y algún gobierno habría caído. Pero no olvidemos que la vida nos golpea de formas con las que los gobiernos solo pueden soñar. Por mucho que lo intenten.

Estando las cosas como las relato, Leo solo tuvo la oportunidad de admirar la gracia y el ingenio que le golpeó una soleada mañana de Abril. Su nombre, Carla, recordaba aquellas maldiciones que las brujas aprenden en el parvulito… y que nosotros no olvidamos nunca. Su pelo, recogido en una hermosa cola, no quedaría tan hermoso suelto. Su cara era todo lo que esperarías encontrarte en las puertas del infierno… pero sin cuernos. Pero el desdichado Leo, nunca llegaría a completar el cuadro de su idolatría. Y nunca pudo escuchar su voz.

Durante uno de los recreos Leo paseaba solitario intentando descansar un poco de las bromas cómplices de sus compañeros y que tanto lo fatigaban. No podía pasar todo el santo día riendo las zancadillas, las collejas y los empujones. Necesitaba tiempo para ser él mismo. Y para que sanaran sus cardenales. Fue al pasar junto al árbol del patio cuando la vio. Estaba rodeada de su séquito habitual: Don Juanes de pacotilla ofreciéndole chucherias y las amigas guardaespaldas rechazándolos en su nombre.

Carla engullía un bocadillo de tortilla con la gracia que solo alguien que se cree especial puede tener. Ninguna. Pero el impacto en Leo fue gigantesco. Sin pensar en sus actos, en el mismo momento que sintió su corazón más allá de los tirantes, se encaminó hacia ella. Casi instintivamente, la chusma que rodeaba su objetivo hizo un pasillo por el que pudo desfilar. A cámara lenta, con la música en sus oídos tapando el atronador espectáculo de risas, se puso a la altura de Carla (bueno… a la mitad de la altura de aquella niña), tocó su hombro con atrevimiento y dejó que ella se volviera. Era el momento, tenía el factor sorpresa y no se amedrentaría ante tal reto. Mientras ella seguía devorando su bocata, Leo susurró de forma temblorosa:

- “Perdona, pero me parece que eres la chica más… más… más… vamos, que eres muy… que lo que quería decirte es que me gusta tu… (silencio incómodo)… bueno, que mi nombre es Leo J. Hodder. ¿Cómo te llamas?”

Carla no apartó la mirada. Impasible e imperturbable seguía masticando la tortilla mientras él contraatacaba.

- “Creo que una contestación por tu parte es lo menos que merezco -empezó a envalentonarse.- He sido educado y cortés. No estoy pidiendo ningún despropósito, tan solo…”

La conversación-monólogo continuó durante 5 minutos más. Ella siguió sin moverse durante los primeros 4. Al final, suponemos que la presión de tanta adulación hizo que Carla frunciera el ceño y escupiera su último bocado de tortilla directamente en la cara de Leo. Él, reaccionando ante el murmullo generalizado, se dio la vuelta y volvió para marcharse por donde había venido: ese ficticio pasillo lleno de miradas, risas, música de película y una dolorosa cámara lenta.

El amor había sido fugaz pero intenso. Lo había golpeado dos veces, lo había inundado, lo había empapado. Al volver a clase, cabizbajo pero todavía con la dignidad que siempre le acompaña, pensó que nunca olvidaría ese momento. Ese flechazo. Ese primer amor… con sabor a tortilla.

M.S.G.
(Biógrafo y lameculos profesional)

1 comentarios:

carlos dijo...

Espero que después no se comiera el bolo alimenticio de esa mujer...